Nunca imaginé que un acontecimiento que ha levantado una expectación inusitada fuese a acabar en el más absoluto de los fracasos en apenas unas pocas de horas. Desde que en la tarde noche del domingo, en plena competición liguera, los miembros de la Superliga europea anunciaran a bombo y platillo la creación de una nueva competición que iba a revolucionar el mundo del fútbol. Doce los de los clubes más importantes de Europa (Real Madrid, Fútbol Club Barcelona, Atlético de Madrid, Juventus, AC Milan, Inter de Milán, Manchester United, Manchester City, Arsenal, Liverpool, Chelsea, Tottenham) se vistieron de súper héroe para salvar a este mal llamado opio del pueblo. Sí, así lo manifestó el elegido presidente de este colectivo, Florentino Pérez, que la Superliga servía para “salvar” a este deporte, cuando su principal misión no era otra que ganar más dinero.
Cuando rascas un poco en toda esta historia y te das cuenta de que uno de los mayores bancos de inversión del mundo está detrás de este invento el instinto te dice que hay algo que no cuadra. Un banco, – que su principal misión no es otra que ganar dinero, y cuanto más mejor-; clubes de fútbol, -que en los últimos años ha dejado atrás el origen de este deporte para convertirse en organizaciones que se venden a mejor postor para ganar más y más a costa del pobre seguidor-. Dicen que JP Morgan les daría un adelanto de más de tres mil millones de euros, un dinero que, evidentemente, no sería a fondo perdido. Tendría la condición de préstamo que habría que devolver con sus intereses correspondientes. Vale, entonces la gracia está en vender cada vez más caro un producto que de por sí está sobrevalorado. Y, ¿quién se rascaría el bolsillo? El de siempre: el aficionado. ¿Cómo? Con la TV de pago, las entradas a los estadios y el merchandising, todo más y más caro. Si ya es un producto casi de lujo podría pasar a ser de lo más elitista.
Pero claro, ahora este sueño de unos pocos ha pasado a mejor vida, al menos de momento. Los clubes ingleses (Manchester United, Manchester City, Arsenal, Liverpool, Chelsea, Tottenham) han echado el culo atrás. Los italianos están a punto de hacerlo también, dicen. Es decir, se han arrepentido dado que la UEFA, la FIFA, Boris Johnson (Premier británico) y los aficionados, jugadores y entrenadores de estos clubes han montado en cólera. Los primeros amenazando con echarlos de las competiciones europeas y prohibiendo que los jugadores de estas entidades puedan jugar con sus respectivas selecciones.
Resulta curioso que dichas organizaciones ‘amenacen’ cuando son organizaciones que llevan (presuntamente) la corrupción por bandera. En fin. Johnson manifestando que no podía permitir la creación de esta competición, amenazando con una ‘bomba legislativa’. Los aficionados -especialmente los del Chelsea- echándose a la calle mostrando el más absoluto desacuerdo con esta nueva competición. Ni que decir de entrenadores como Guardiola o Bielsa y exjugadores como Gary Neville, Rio Ferdinand o el actual capitán del Liverpool Jordan Henderson también dieron su opinión y no precisamente de apoyo.
Todo este análisis realizado hasta ahora no ha servido más para justificar un punto de vista muy particular. El órdago de la Superliga con la UEFA y FIFA no ha sido más que un nefasto error de comunicación donde no se han respetado los tiempos. Se ha anunciado cual elefante entrando en una cacharrería, sin saber (o teniendo conocimiento de ello) de la repercusión -negativa- que podría tener. No hay cerrado un calendario de cuándo comenzaría esta Superliga.
Se habló, incluso, para este próximo mes de agosto, o en 2022, ya ven ustedes. Había sólo doce equipos, tres fijos que faltarían por incluir (se habla de arrepentidos que dijeron no antes de dar el paso adelante como sí hicieron los citados) cuando la idea era formar dos grupos de diez entre los que habría cinco invitados. ¿Cómo entrarían esos invitados? ¿Qué requisitos son los necesarios para acceder a esa élite? ¿Quién decide qué equipos entran y quién no? Como ven, muchos asuntos por atar en un relato con una nefasta gestión de comunicación.
