La excepción en el fútbol

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La última jornada de liga ocurrió un hecho que, por ser inédito, ha dejado en el aire las vergüenzas de un deporte que cada semana aúna a miles de personas en un estadio y millones al frente a la pantalla de un televisor. El derbi vasco que enfrentó a Real Sociedad y al Athletic Club de Bilbao fue un ejemplo de convivencia y de lo que debe ser un partido de fútbol entre dos aficiones, que no por ser rivales tienen que odiarse porque sí. Lo importante del partido fue cuando la afición txuriurdin celebraba de espaldas al terreno de juego el tercer gol anotado ante el eterno rival. Las cámaras de televisión recogieron un hecho insólito: la felicidad de cientos o miles de aficionados locales ante un solo aficionado del Athletic Club que se sentía impertérrito ante tan magna felicidad de los rivales.

Se podría decir que fue un hecho aislado, y es que lo es siempre que veamos en este tipo celebraciones  fuera de lo normal cuando debería ser lo contrario. Tenemos en nuestras sucias cabezas la violencia que genera el fútbol entre aficiones y se ha demostrado que no es así, con hechos demostrables. Primero, para que se lleven a cabo situaciones de este calado hay que educar (y digo bien) a las aficiones, tengan el color que tengan.  Hay clubes que han dado muestras de civismo y educación, y que ha sido trasladada a esta gente que cada vez que hay partido van y anima a su equipo. También ha ocurrido al contrario. Pongo el ejemplo cuando el FC Barcelona prohibió a los aficionados del Espanyol –y posteriormente al resto de equipos- juntarse con los suyos siempre que portaran alguna seña de identidad, por ejemplo, una camiseta o una bufanda. La excusa: evitar altercados. Los altercados ya lo estás provocando cuando implantas esa norma, que más que de convivencia parece que quieres aislar al rival. Aquello causó tal revuelo que hubo una rectificación a medias; es decir, te dejo entrar con tus camisetas pero te vas a la zona de la afición visitante. Como si eso hubiese supuesto algún cambio en la normativa que se estaba aplicando hasta ese momento. En fin.

No descubro nada nuevo si digo que el fútbol ha dejado atrás los sentimientos para convertirse en un negocio a costa de los aficionados, que reciben el mismo servicio pagando cada vez más y recibiendo menos. Hace unos meses leí el libro Invasión de campo, de Alejandro Requeijo, que no es más que una crítica al fútbol actual y una oda a ese fútbol de antaño que muchos recordamos con cierta añoranza. Sin destripar nada de lo que dice la obra del periodista, me quedo con un párrafo que reza así: “El modelo de fútbol lleva mucho tiempo expulsado al hincha de la toma de decisiones que afectan al club. Reduce su participación a la del mero cliente. Pagar y callar. Se desprecia la pasión como sinónimo de ingenuidad primitiva”.

Sigo pensando qué hemos hecho mal para que se nos trate de esta manera. Lo del otro día en el Estadio Reale Anoeta Arena fue un ejemplo de cómo deben comportase las aficiones de los equipos. Claro que puede existir la rivalidad, faltaría más, lo que nunca debe faltar es la educación, el civismo y la convivencia entre las mismas. Lo que también se necesitan son dirigentes que no sean hooligans y no vean al contrario como al enemigo. Queda mucho por hacer, y los aficionados al fútbol deben de poner de su parte también, y que no le digan qué tienen que hacer o cómo lo deben llevar a cabo. Por eso lo del otro día en Anoeta es la excepción en el fútbol.

Imagen portada: Captura pantalla partido Real Sociedad-Athletic Club emitido por Movistar+