Ayer comenzó el Mundial de Qatar, el que muchos llaman el Mundial de la vergüenza. Ese calificativo es lo más apropiado y menos dañino que se puede decir de un acontecimiento del que se está hablando más de lo que no tiene que ver con el deporte (y con razón) que de lo extremadamente deportivo. No hay más que echar la vista atrás para ver, leer y escuchar todo lo que se ha dicho de un acontecimiento que cada cuatro años hace parar el mundo. En este tipo de acontecimientos nos damos cuenta de que el fútbol es el opio del pueblo.
Tanto en el día previo como en la jornada inaugural de la competición futbolística ocurrieron dos hechos que han levantado muchas ampollas. El primero de ellos fueron las palabras del presidente de la FIFA, Gianni Infantino, cuando quiso justificar lo injustificable al manifestar lo dolido que estaba por todo lo que se estaba diciendo por la celebración del Mundial en el Emirato. Cuando sacó a relucir aquello de que los europeos teníamos que reconocer el daño producido a los pueblos en los últimos 3.000 años fue de traca, pero los fuegos artificiales, con banda sonora incluida, llegaron cuando dijo esa frase que quedará para la historia: “me siento gay, me siendo discapacitado, me siento migrante…”. Cuando se dicen las cosas sin pesar suelen salir palabras que no tienen sentido alguno. Lo peor de todo es que si Infantino fuese alguna de esas cosas que manifestó no hubiese estado sentado con los cataríes.
Pero el cohete final llegó cuando su director de comunicación manifestó ante los medios -y en medio de la que vorágine que había montado en mandamás del fútbol mundial- que él sí que es gay. A lo mejor para quitar algo de hierro al asunto de su jefe o comerse el marrón. Quién sabe.
El otro acontecimiento no se vio por televisión, y ahí se demuestra una vez más que el fútbol y el Mundial a Qatar y a sus gobernantes les importa bastante poco. Una vez transcurrido el acto inaugural y la primera parte del encuentro, que al descanso ya ganaba Ecuador al país anfitrión por 0-2, buena parte del público que acudió al estadio se marchó como si el acontecimiento no fuese con ellos. ¿Es que ya daban por perdido el partido? El encuentro les importaba más bien poco. Me temo que los que acudieron se fueron porque no les interesa el fútbol, y la idea es que el mundo entero viera que un país minúsculo, con mucho dinero y más poder aún, estaba volcado con su juguete para decir al mundo entero: “aquí estamos nosotros”.
Otro detalle importante, y ahí es por destacar el poder de esta gente, es que en ningún momento durante la segunda parte enfocaron las gradas del estadio; ni planos cortos, medios ni largos. Solo se veía el césped y a los jugadores sobre el mismo. ¿Por qué no querían que se vieran las gradas medio vacías?
Ocultar la realidad solo evidencia una cosa: que la gente no vea lo que a priori no se ve. Es decir, ocultar lo que no quieres que nadie vea. En definitiva, eso tiene una definición, y no es otra que dictadura. ¡Claro! No se está descubriendo nada nuevo. Como decíamos, un país que tiene el dinero por castigo hace y deshace como quiere para dar una imagen que nada tiene que ver con la que vende hacia el exterior.
